La Nao de China

La ruta que conocemos como “Nao de China” o “Galeón de Manila” (1571-1815) enlazaba Europa con Oriente cruzando territorios de la Corona Española. Tramo final de la “Carrera de Indias”, tenía en Sevilla su inicio y en Manila su escala final, pasando primero por la Habana en Cuba y Veracruz en el viorreinato de Nueva España (hoy México). De allí, se cruzaba por tierra hasta el Pacífico y en Acapulco se iniciaba el llamado “Camino de Asia”. Entretanto, la ciudad de México actuaba como receptor y distribuidor de estos bienes, perfilando la demanda y la oferta.

Ruta, no sólo estratégica sino principalmente comercial, transportó productos y mercancías de tres grandes continentes durante varios siglos, mercancías que aguardaban, en distintos puntos de Asia, ser enviadas a los mercados hispano americanos y europeo, vía Filipinas. Durante este tiempo, la clientela supo muy bien cuales eran sus preferencias, decantando este comercio hacia los bienes suntuarios y de lujo.

Por ello, al clausurarse la línea Manila- Acapulco, a causa de la Independencia mexicana, el tráfico marítimo de productos artesanales y artísticos continuó abasteciendo los territorios españoles hasta 1898.

El principal proveedor, China, entregaba todo tipo de mercancías de lujo a cambio de la codiciada plata mexicana, única moneda aceptada. Por ello, y a pesar de las prohibiciones tendentes a proteger la salida de este valioso metal, el comercio prosperó y las exigencias de calidad fueron muy altas, hasta el punto de que se adquirían en distintos puntos del planeta los materiales necesarios para satisfacer la demanda, caso de las muy solicitadas esculturas de marfil, en su mayor parte labradas con marfiles africanos.
Además, durante los reinados de Felipe II a Felipe IV, las coronas de España y Portugal permanecieron unidas, lo que dotó al comercio de la Unión Ibérica de un carácter global, abarcando numerosas plazas y centros comerciales de Asia y África como Mina, Benín, Ormuz, Diu, Damao, Cochin, Colombo, Goa, Malaca,Timor, Macao o Nagasaki, además del inmenso territorio de Brasil en América.
Textiles de todo tipo, especialmente sedas, a veces maravillosamente bordadas, pequeño mobiliario de lujo, piedras preciosas labradas y sin labrar, joyería, accesorios de moda, maderas exóticas, carey, nácar, porcelana, lacas y otros muchos artículos se elaboraron en distintas localidades de India, China, Tailandia, Siam y otros países con destino a los grandes puertos distribuidores, como Shangai o Cantón, desde donde lo más selecto partía para Manila, donde serían embarcados hacia Nueva España.
Paralelamente, Manila también poseía centros propios de producción, como testimonian los bordados realizados por chinos sangleyes (residentes y con licencia para ejercer el comercio) para la Orden Agustina, las delicadas esculturas religiosas en marfil o los preciosos “baúles mundo”, bellamente esculpidos, con destino final en México, donde eran sumamente apreciados, construidos con troncos, a veces enormes, del imputrescible cedro o “kalantas”.
A veces, las técnicas locales dotaban de aspecto peculiar a estas obras, o bien provenían de distintas partes, como en el caso de las imágenes talladas en madera pero con cabeza y extremidades de marfil, que podían alcanzar tamaños muy superiores a las mayores obras de este material.
Con modelos europeos y técnicas propias, los artistas y artesanos interpretaron un entorno cultural que no era el suyo, dando lugar a un sincretismo donde se entremezclaban las creencias y las destrezas aprendidas de sus mayores, por lo que estos objetos mixtos, hijos de un intercambio cultural, son hoy sumamente apreciados.
Desde antiguo, estos modelos mixtos crearon otros, modificando los tradicionales de varias culturas: tal es el caso de las arquetas, aguamaniles y otros objetos revestidos de mosaicos de nácar de Gujarat y otras zonas de la India, responsables de que los chinos comenzaran a crear arquetas y mobiliario con incrustaciones de nácar, seguidos de Japón, que elaboró sus lacas namban-ji exclusivamente para el comercio exterior y, finalmente, darían pie a la escuela de enconchados mexicana.
Por el contrario, el gusto por las chinerías, vigente en Europa desde el siglo XVIII, inspiró a los propios chinos una nueva manera de presentar su cultura tradicional, vigente incluso en los productos más tardíos, como los mantones llamados “de Manila”, procedentes en su mayor parte de Cantón, o aquellas elaboradas figuras de marfil, representando guerreros y emperadores, con las que jugaban nuestros antepasados, deslizándolas sobre ornamentados tableros de laca..