El grabado como medio propagandístico y de difusión de la imagen.

Uno de los mayores medios de difusión de la Edad Moderna lo constituyó el libro impreso y el grabado o estampa, como imagen exenta. La estampa, por su posibilidad de editarse en tiradas de numerosos ejemplares, tuvo, desde su introducción en Europa, un gran impacto visual en la sociedad, por lo que se convirtió en herramienta de propaganda y difusión de ideas y hechos, de forma que sirvió a las naciones y sus gobiernos, a grupos identitarios e incluso a particulares a forjar su propia imagen, lo que dio como resultado el inicio de una era basada en lo visual. Aunque existían las artes plásticas, estas no podían reproducirse fácilmente y se conservaban estáticas. Sin embargo, el grabado (que pronto mejora sus técnicas, pasando de la xilografía o trabajo sobre plancha de madera a la calcografía, sobre plancha de cobre, cuya dureza aumenta la tirada) permitía un flujo de la información, un adelanto en la enseñanza y una mayor libertad creativa, de forma que, si por una parte se organizó como imagen de dominio, de otra no siempre pudo controlarse, surgiendo ideas marginales que afectaban tanto a la religión como al orden establecido. En el caso de la Monarquía Hispánica, que tuvo en los Países Bajos uno de los mayores centros de impresión de grabado existentes, circularon miles de imágenes religiosas, retratos, alegorías e incluso grabados cartográficos que habrían de impulsar definitivamente el conocimiento de la geografía y visualizar los extensos dominios de los Austrias españoles en relación al resto del mundo. Este avance permitió que se multiplicaran (aunque restringidamente, dado su elevado costo) los globos terráqueos revestidos con planos cada vez más perfectos, adecuados para el saber científico en general y la educación de las élites, príncipes y futuros gobernantes, ya que el conocimiento representaba el verdadero poder ("Scientia potentia est.") Pero el mayor uso que se hizo del grabado fue en temas políticos y religiosos. En el primer caso, servía para difundir la imagen de un estado cohesionado gracias a un núcleo de poder, normalmente representado por la figura del soberano, la familia, nobleza y altos funcionarios que, personajes que por lo general, solían adornarse con elementos de prestigio o alegóricos, ensalzando sus virtudes y sus triunfos, especialmente militares, pero también denunciando atrocidades y delitos.
Batallas y hazañas diversas, exploraciones, descubrimientos y otros logros se dieron a la estampa con la misma intención. Sirva de ejemplo una representación del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, obra de Daniel Meissner (1585- 1625) donde aparece una figura de doble rostro, un Jano que mira al pasado y al futuro, quizás imagen del Viejo y el Nuevo Testamento, o bien un vigilante capaz de verlo todo, indicativo de que se ha representado, no sólo un edificio, sino el centro de un poder que abarca medio mundo, merecedor por ello del sobrenombre de “Octava Maravilla”. En cuanto a la religión, el grabado difundió imágenes de la piedad cristiana e incluso puso imagen a ideas místicas. En pequeño formato, era portátil y el devoto lo podía llevar consigo, entre las páginas de un devocionario o en el interior de un medallón-relicario. De ahí el éxito de las series de Hieronymus Wierix, tan repetidas. Pronto se comenzaron a difundir pinturas y obras de arte antaño prácticamente inaccesibles en colecciones diversas, tanto seglares como eclesiásticas, lo que espoleó la inspiración de los artistas, al tiempo que comenzaban a surgir grandes corrientes culturales, convertidas a veces en modas, caso de las excavaciones de la antigua Roma. Sin embargo, es con ocasión de las luchas entre protestantes y católicos cuando el grabado cobra todo su potencial comunicativo, con sus descalificaciones mutuas, sátiras, hechos sangrientos y terribles.


Algo de ese ambiente convulso puede apreciarse en un grabado de gran formato, obra de Pieter de Jode representando el Juicio Final, cuando la siega se convierte en una matanza que recuerda a la Noche de San Bartolomé. Sin embargo, la presencia del Rey Cristianísimo LuisXIII de Francia, acompañada de una dedicatoria a su padre Enrique IV convierten la escena en una exaltación de fe católica y a los reyes como defensores de la misma. Así, bien puede decirse que los grabados comenzaron a calar hondo en la sociedad, modificando su visión del mundo y otorgando a los comitentes la posibilidad de realizar ingeniería social a muy diversas escalas, como harían los Austria hispanos y posteriormente Luis XIV a lo largo de su reinado, glorificando su propia imagen y la potencia de su reino.